Hace unas décadas, los investigadores Robert Kleck y Angelo Strenta, de Dartmouth College, realizaron un experimento tan simple como revelador sobre cómo nuestras creencias influyen en lo que vivimos y, en muchos casos, pueden llegar a generar traumas emocionales que nos acompañan durante años.
El estudio, conocido como el experimento de la cicatriz, reunió a un grupo de personas para acudir a una entrevista de trabajo. Antes de entrar, maquilladores profesionales les dibujaron cicatrices faciales monstruosas y les mostraron el resultado en un espejo, para que fueran plenamente conscientes de su “deformidad”.
Luego, justo antes de que salieran, les dijeron que hidratarían la herida para que no se reseque. Sin embargo, en ese momento retiraron por completo la cicatriz sin que las personas lo supieran. Es decir: entraron a la entrevista con la cara perfectamente normal, aunque ellas estaban convencidas de que aún llevaban la marca.
Tras la entrevista, muchas aseguraron que se habían sentido discriminadas por su “apariencia”, notando incomodidad y rechazo en los entrevistadores. Lo curioso es que, cuando se preguntó a estos últimos, afirmaron que no fue la “apariencia” lo que influyó, sino que los candidatos parecían inseguros, tensos y acomplejados… y eso restó puntos a su valoración. En definitiva, la cicatriz estaba en su mente, no en su piel
El filtro invisible de las expectativas
Este experimento es un ejemplo perfecto del fenómeno llamado percepción selectiva: no vemos el mundo como es, sino como somos.
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Si creemos que alguien será amable, notaremos y recordaremos más fácilmente sus gestos amables.
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Si esperamos grosería, detectaremos cualquier actitud negativa y pasaremos por alto lo positivo.
Nuestras expectativas actúan como un filtro que selecciona la información que percibimos y descarta la que no encaja con nuestra creencia previa. Y este sesgo no solo distorsiona la realidad: también moldea nuestras emociones, nuestro comportamiento y la forma en que nos relacionamos.
Cuando estas creencias se originan en experiencias dolorosas —como el rechazo, el bullying, la discriminación o la crítica constante— el filtro puede transformarse en una especie de “lente traumática”. Y entonces, aunque las circunstancias cambien, seguimos reaccionando como si la amenaza fuera real, perpetuando el malestar.
Locus de control: ¿víctima o protagonista?
Tal y como explica Psychology Today, este efecto se vincula estrechamente con el concepto de locus de control:
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Locus externo: atribuimos lo que nos pasa a factores fuera de nuestro control (“los demás me juzgan”, “el mundo está en mi contra”). Esto suele reforzar una mentalidad de víctima y nos deja atrapados en la pasividad.
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Locus interno: reconocemos que, aunque no podemos controlar todo lo que sucede, sí podemos elegir cómo respondemos. Esto potencia la resiliencia, el aprendizaje y la sensación de empoderamiento.
La buena noticia es que el locus de control no es fijo: se puede trabajar y fortalecer, lo que permite pasar de vivir a la defensiva a tomar las riendas de la propia vida.
Trauma invisible: la cicatriz emocional
Muchas personas cargan con una “cicatriz invisible” derivada de experiencias pasadas. Tal vez ya no exista el peligro, el juicio o el rechazo… pero el recuerdo emocional sigue vivo. Este tipo de huellas pueden generar:
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Miedo excesivo a la crítica.
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Baja autoestima y autoexigencia extrema.
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Ansiedad social.
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Autoboicot en situaciones importantes.
En estos casos, no basta con decirse “no pasa nada” o “seguro que no me están juzgando”. El cuerpo y la mente reaccionan como si la amenaza fuera real, y ahí es donde las intervenciones terapéuticas resultan esenciales.
¿Cómo cambiar la historia que te cuentas?
Si sientes que tu “cicatriz invisible” está condicionando tu vida, aquí tienes un punto de partida:
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Reconoce que tu percepción puede estar distorsionada. No significa que estés “equivocada/o”, sino que tu mente está interpretando desde una historia previa.
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Cultiva la autoconciencia: prácticas como la meditación, la escritura reflexiva o pausas de observación diaria pueden ayudarte a identificar patrones repetitivos.
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Enfócate en soluciones, no solo en el problema. Pregúntate: ¿Qué puedo hacer hoy para avanzar un paso?
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Busca apoyo profesional: la terapia psicológica EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), avalada científicamente, es altamente eficaz para trabajar traumas y creencias limitantes.
Yo, Beatriz Troyano, soy experta en EMDR, y si sientes que ha llegado el momento de liberarte de esa cicatriz mental, aquí me tienes para acompañarte en el proceso.
Recuerda: lo que crees cambia lo que sientes… y lo que sientes influye en cada decisión que tomas. Transformar tu vida empieza por limpiar la cicatriz que solo existe en tu mente, y abrir espacio para una nueva forma de verte… y de vivirte.
